Reportaje
Así, sobre la marcha, vienen a mi mente títulos como Assassin's Creed, en referencia al cristianismo, la saga Final Fantasy, dentro del hinduismo, u otros similares. Pero no es este el objeto de este artículo. Nos proponemos vivir la Semana Santa desde el punto de vista de un consolero que, en su mundo de videojuegos, mimetiza su vida con los momentos que representa esta emblemática celebración: expectación, penitencia, sufrimiento, sacrificio y resurrección. ¿Os atrae la idea? Suenan los tambores y cajas, un redoble marca la procesión y, allá al fondo, una Saeta con voz rota indica que se aproxima el Paso. Es Semana Santa en PS3P.
Hoy es el día. Tras más de seis meses de un hype casi enfermizo y media docena de retrasos, hoy sale por fín al mercado ese juego que tanto esperamos. Mientras trabajo, y cuando nadie me mira, reviso las páginas de Game, GameStop, GameShop, Amazon, y todas las que se me ocurre para asegurar que sí, que ya está en venta. El reloj del pasillo parace que no quiere avanzar. No veo la hora que lleguen las tres para, sin comer siquiera, ir a la caza de mi ejemplar y poder pasar toda la tarde frente al televisor, destrozando el mando.
Ya es casi la hora. Quedan cinco minutos en el reloj y voy tomando posiciones para no perder tiempo. Tengo ya aprendida mentalmente la ruta que voy a seguir con el coche para no pillar atascos y ser el primero en llegar al Game. No me puedo creer que tenga tanta ansiedad ahora mismo, suena enfermizo, pero lo cierto es que tengo el pulso a cien y no veo la hora de terminar con esta angustia.
Ya llego. Tengo la tienda a unos pasos. No queda. En algún momento de estas horas previas sopesé que esto pudiera ocurrir, pero inmediatamente lo deseché. Las probabilidades eran pocas. Los más jóvenes no salen del Colegio hasta las dos y, difícilmente, han podido venir antes de comer. Con un sentimiento de abatimiento tremendo, cojo del nuevo el coche para recorrer Carrefour, Urende, GameStop y, por último, El Corte Inglés. Todos me dan la misma respuesta. Mientras bajo hundido el ascensor express, dos señoras a mi lado comentan que andan como locas porque hoy, con las vacaciones de Semana Santa, han soltado a los niños a las doce y ya están hartas. Una punzada de dolor atraviesa mis sienes.
Quiero llorar. Se abren las puertas del ascensor y, frente a mi, un cartel anuncia este periodo. En el centro, una imagen de la Virgen de Dolores, angustiada y con lágrimas de perlas en su rostro, comparte mi pena.
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