Kinect, sueños rotos

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Kinect, ser o no ser; esa es la cuestión.

23/06/2010 13:50
Lo reconozco, la culpa es mía y sólo mía. Me dejé embelesar en la conferencia de Microsoft del E3 de 2009 cuando vi anunciado aquel aparato llamado a revolucionar el mundo de los videojuegos. Project Natal, escuché. Project Natal. Dos palabras que resonaron en mi cabeza durante todo un año. Fue amor a primera vista, los elementos estaban dispuestos en perfecta armonía y el anuncio parecía trazado con el pincel de un artista.

Kinect niñas [1]

Un salón de revista de decoración, un adolescente plantándose delante de la consola y una figura retándole en combate. De inmediato el chico se pone en guardia y un avatar en forma de karateka imita a la perfeccion su postura para iniciar un encarnizado combate que refleja al cien por cien los movimientos ante la pantalla. A partir de ahí mi corazón de jugón bombeó sangre a una frecuencia que ningún medico recomendaría. Mis ojos se abrieron como platos ante las posibilidades que se mostraban y, aunque el vídeo se iba casualizando a medida que expiraba, la sensación de estar ante algo grande se mantuvo intacta hasta el final, incluso creció cuando Microsoft prometió que se volcaría con esta tecnología revolucionaria, algo a todas luces vital para que el periférico exprimiese realmente sus posibilidades más allá de la mera anécdota. Un año despues vuelve la gran feria que lo vio nacer, 365 días en los que poco más se ha visto que algunos retazos de juegos casuales.

"Qué bien se estan guardando las cartas las compañías, es hasta raro tanto secretismo" - pensé. Un año alimentando mis esperanzas con las declaraciones de artistas, famosos y privilegiados del sector que habían podido catar la nueva tecnología. "Es alucinante, os aseguro que funciona" era la frase más repetida allá donde mirase y leyese. Se apagan las luces, el Circo del Sol arranca con un espectáculo por todo lo alto para presentar el primer catálogo de Natal - bautizada como Kinect - y el cristal, el espejo donde reflejaba todas mis esperanzas, recibe el primer gran golpe. Con un catálogo de lanzamiento absolutamente ridículo, más propio de un periférico anecdótico que sirva como añadido para ampliar el mercado y aumentar los beneficios que una nueva forma de entretenimiento que revolucione la industria - o así nos lo vendieron una y otra vez - mi castillo de naipes se venía abajo sin remedio a la par que actores circenses ejecutaban sus piruetas montados en balsas y sus brazos se agitaban sin control en busca de monedas imaginarias. Y yo, que soy un tipo optimista por naturaleza, espero.

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